Siempre L10

Por Oscar Noel Granados

El futbolista de otro planeta, el marciano, d10s, the goat; parecieran pocos los sobrenombres para Leo. Pero ¿Cómo describir al rosarino? ¿Cómo ponerle una etiqueta al jugador que nos hace preguntarnos quién es el mejor de la historia? Ese argentino capaz de ver el fútbol a una velocidad diferente; capaz de realizar, regate tras regate, gestos estéticamente perfectos dejando siempre un detalle de calidad en cada toque. Y es que lo de Messi es ya inverosímil, cada temporada se reinventa, no se cae, ha hecho de la liga española su casa; y como en su casa, pareciere que él no distingue diferencia alguna entre jugar en la cancha de su patio con Hulk (su dogo de Burdeos) como rival; y visitar el campo del Sánchez-Pizjuán, de Mestalla o de San Mamés. Él juega siempre igual.

¿En qué parte de Catalunya queda Rosario? Se preguntarán los fanáticos culés; esos que cada semana le ven pisar el pasto del Camp Nou y tras esta fábula de 15 años, se siguen asombrando de lo que el astro argentino, soberbio,  hace vestido de blaugrana. Es Barcelona quién más ha disfrutado de ese astro de 33 años que en la Argentina, jamás jugó.

Ni bostero como el Diego; ni millonario como Di Stéfano. Un catalán con raíces en Rosario; ese Rosario del recuerdo, donde la abuela le hizo jugar con los niños grandes del barrio.

Queda corta la memoria para enumerar las hazañas. El gol contra el Racing donde le faltó campo y oponentes para bailar. El gol de cabeza en la final de Roma y dos años después a la escuadra de Van Der Sar en Wembley, la casa del football. El gol imposible jugando en casa contra el Athletic por la Copa de S.M. el Rey de 2015, el caño a Milner y la cadera rota de Boateng; y claro, las míticas faenas de pañuelo blanco y toque de clarines en el Bernabéu. Fue justo allí, en Chamartín, donde el falso 9 les ganó la partida Metzelder y Cannavaro, jugando siempre a la espalda a Gago y a Diarra, exactamente como lo imaginó Guardiola la noche anterior.

Ilustración de Óscar Noel Granados

Cuán injusto puede ser el mundo del fútbol; ese que cuando anotas te escribe himnos y te hace estatuas, monumentos de piedra; misma piedra con la que te lapida cuando fallas. La albiceleste está en deuda con Leo. ¿O es Leo el que tiene esa cuenta? Preguntas con poco que responder para un anhelo tan doloroso como todas y cada una de las 4 finales que Argentina ha perdido en la era de su mesías. Figura que domina en cada campo europeo donde ruede la pelota; pero que sigue ávido de levantar una copa para su gente en América; sombra de glorias albicelestes y objeto de sus culpas, de su situación actual, donde Argentina no ha ganado nada en más de 20 años. Chivo expiatorio de un pueblo que come, bebe y respira fútbol.

“El más grande”, bendito enunciado que pone a discutir analistas en todas las mesas de debate sin importar la cadena televisora; Pero claro, hablando de debate, nosotros los aficionados somos los expertos, nosotros lo discutimos con un café en la sobremesa, o quizá de forma más enérgica entre una cerveza y otra.

Pelé y Maradona; y ahora, Leo. Siempre Leo.

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